domingo, 20 de octubre de 2013

Premonición

La estas mirando, la quieres besar. Notas como ella mira tus labios y el deseo se incrementa junto con la certeza de que ella también lo desea. Tus ojos están atrapados entre los suyos y su boca. Crees que los de ella también. Sonríes. Ella sonríe. Te acercas muy despacio, pero entre más cerca, más rápido. Entonces sientes esos labios carnosos moverse y jugar con los tuyos una vez y luego cierras los ojos. Quieres sentir ese vaivén de labios, pero después del primer contacto ya no sientes nada, besas el aire. Abres los ojos y para tu sorpresa ella está a cinco metros de distancia, con un bebé en brazos, recriminándote el que no se hayan casado todavía. Oyes risas, entonces entran al apartamento varios amigos tuyos, sabes que son tus amigos, pero no los recuerdas. Tienes la impresión de haberlos visto antes, como en un programa de televisión. Uno de tus amigos te dice que no seas cobarde, que te cases, y escuchas nuevamente risas. Entonces te das cuenta de lo extraño de aquellas risas. No están en el apartamento donde te encuentras, no pertenecen a ninguno de los personajes que se encuentran contigo. Es como si las paredes estuvieran riendo. Se oyen exactamente como las risas grabadas de una vieja comedia norteamericana. Te sientes confundido. No solo eso, te ves realmente confundido. Literalmente te ves a ti mismo confundido. Hasta este momento no habías notado que te mirabas a ti mismo en tercera persona. Ahora comprendes que estas mirando una escena de comedia americana, de pie frente al televisor. Atrás tuyo hay un sofá, y en él están sentados dos amigos tuyos de la universidad. Detrás del televisor hay una ventana con una cortina transparente. Ves que enfrente de la casa están tu madre y tu hermana, se están despidiendo. Están a punto de entrar a un automóvil azul, bonito, último modelo. Ves que tu madre entrará al asiento del conductor, y tu hermana se sentará en el asiento contiguo. No ves a nadie más en el coche, pero por algún motivo desconfías de la habilidad de conducción de tu madre y corres a impedirle que maneje. Ella, con una sonrisa te dice que todo está bien, que ella sabe lo que hace. La ves encender el auto, y las dos se despiden alegres con sus manos. El coche acelera, demasiado. Se pasa en rojo el siguiente semáforo que está muy cerca a la casa y se estrella contra un poste de energía a más de cien kilómetros por hora, o eso crees. Corres desesperado rogando que tus seres queridos se encuentren bien. Hay humo saliendo del coche, la parte frontal está destrozada y hay vidrios por todas partes. El humo se ha filtrado al interior del coche y no miras nada. Abres la puerta del pasajero y descubres, para tu sorpresa que hay un pequeño muñeco de esos que se utilizan para realizar pruebas de impacto en coches. En el asiento del conductor no hay nadie. No hay señal de tu familia, ni siquiera de que hayan estado alguna vez allí. Eso no es todo. En el asiento trasero hay un anciano durmiendo plácidamente, con pijama y un oso de peluche en sus brazos.

Te despiertas un poco inquieto, no quieres pensar en la posibilidad de que dicho sueño sea una especie de premonición. Te preocupas un poco y decides mejor tranquilizarte con una llamada. Tomas el teléfono y buscas el número de tu hermana. Uno, dos, tres tonos. Finalmente ella contesta. Le preguntas como están, ella dice bien. Te tranquilizas y en parte te burlas de tu propia ingenuidad. Le preguntas que está haciendo. Te dice que está mirando una película. Le preguntas qué película. Te dice que le da pena decirte. Insistes. Te dice que es una película mala de carros, que se llama Rápido y Furioso.

lunes, 19 de agosto de 2013

El confuso y el difuso

A pesar de haber dormido en su propia nube, en los brazos suaves, cálidos y renovadores, y de haber despertado para entregarse a ella y a todo nuevamente, el confuso quiere seguir durmiendo, no es que quiera, algo dentro de sí sigue tratando de obligarlo.
Toma el desayuno, lee, se entrega a la fantasía ya que no hay otra piel que lo distraiga. Pasan las horas, pasa el día, toma el almuerzo y se sienta a contemplar las bases de su futuro. Pero no se concentra. Quiere todo al tiempo. Ser el mejor, ser el que sabe más, y ser el que disfruta más.
Quiere ver, sentir, vivir más. Quiere saber el principio y el fin de todo. Tiene una buena opción, tonelada de lecturas y fanegadas de libertad, pero hay algo más que se le escapa. No sabe muy bien que es. Cree que aquello está afuera en el mundo pero se inclina a pensar que está fuera de este mundo. Entonces no puede más, el sueño le gana. Cierra los libros, cierra las sabanas, cierra los ojos y cierra el mundo. Abre los ojos, abre las sabanas, abre los libros, pero abre otro mundo. Mira, oye, huele, siente cosas que no comparte con su cuerpo. Cosas muy usuales en una realidad como aquella, inusuales para su otra realidad. Habla consigo mismo. Pero él es otro. Se mira desde ojos ajenos. Conversa consigo mismo desde otra perspectiva. Ese otro yo que ahora posee tiene cosas que hacer. Cosas importantes. No sabe qué. Es como si en ese momento fuera un personaje extra del libro de su real subconsciente. Un personaje mal trabajado, o un loco. Sabe que tiene un pasado, seguramente tiene un presente, probablemente tiene un futuro. Pero su pasado es borroso, su presente solo está representado por el aquí y el ahora, no hay más lugar, y su futuro es despertar.

El ser difuso le pregunta al confuso: “¿qué hora es? A lo que el confuso responde: “son las 5 y 48”. “Tengo que irme” responde el otro, “tenemos que despertar, hay cosas que hacer”. El confuso trata de detenerlo. Le grita, solo con su pensamiento. Pero ya es tarde. Ya está despierto. Se sienta en la cama, levanta su teléfono y mira la hora. Son las 5 y 48.

miércoles, 7 de agosto de 2013

A quien recuerda la otra vida... los sueños (I parte)

Un día la llamé y le dije: hoy vamos a soñar juntos, ¿te parece?. - Pero ¿cómo? - No lo sé, solo nos podemos poner de acuerdo a la hora en la que nos dormiremos. Tú ya me has contando que has logrado verte durmiendo, ¿te acuerdas cuando me contaste que alguien golpeó a la puerta, tú te asomaste por la ventana y viste que era alguien, regresaste a la cama para ponerte las pantuflas y te viste a ti misma profundamente durmiendo con la misma ropa que llevabas puesta? - Sí, tenía la camisa blanca que me quedaba grande, y me quedé mirando como respiraba profundamente, me veía tan hermosa (risas) y luego me desperté y vi que estaba en la misma posición en la que me había visto en el sueño. No quiero repetirlo, fue algo horrible y me dio mucho miedo! - Tonterías, el miedo es un enemigo que hay que enfrentar! Intentémoslo. ¿A qué horas sueles acostarte? - No lo sé... a la media noche supongo. - Okey, que sea a esa hora. Me contarás que viste… -Pero… y sí… - Nada, no nos va a pasar nada, confía en ti y confía en mí - Esta bien, ya te contaré y ya me contarás… un besito y que sueñes conmigo (risas) - Un besito y dulces sueños… (risas). En efecto, amaneció. Ella me llamó. Cuéntame qué soñaste- Me preguntó. Soñé que estaba en tu casa, en la sala, vi a tu mamá y a tu hermana sobre el sofá amarillo, les pregunté por ti y me dijeron que estabas en el cuarto. Asomé la cabeza y no estabas. Ahhh y también soñé con mi cuarto, sobre las paredes blancas estábamos nosotros como en ese vídeo en blanco y negro que grabamos haciendo muecas, ¿Te acuerdas? - (Risas) sí, sí claro mocoso. Bueno, mi sueño fue genial, soñé que subía por las escaleras de tu casa, entré a tu cuarto, estaba esa puerta de madera corrediza… vi todas las cosas sobre tu mesita de noche, las fotos tuyas, el cuadro de bambú, la botella que encontraste en el mar, la del pergamino adentro! Pero tú no estabas ahí… no te encontré. Pero luego, luego… no sé qué pasó, no me puedo acordar… simplemente ahí estabas… me abrazaste y tenías ese olor... el olor a esa colonia tan deliciosa, la que siempre te echas… y ahí me desperté, y me asusté mucho, no por el sueño sino porque seguía sintiendo el olor de tu colonia impregnado sobre mi pecho y mi hombro izquierdo. Pensé que me había vuelto loca, ¿lo ves? esto puedo ser peligroso. Entonces entró mi mamá al cuarto y me regañó, se me acercó y me dijo que por qué olía yo a hombre, que si estaba ocultando a algún novio debajo de la cama, y se agachó a ver si había alguien debajo de mi cama - (Risas)¿Y qué le dijiste? - La verdad, que no había nadie. Le conté qué había soñado contigo y que el aroma era el mismo de tu colonia, mi mamá me dijo que no era posible porque tú estabas en otra ciudad - ¿Estás segura que era el mismo olor? - Claro que sí, me acuerdo muy bien. - Qué extraño y que excitante… ¿sabes? Antes de dormir tengo una rara costumbre, y es que siempre me echo esa colonia en el cuello. secaleda

lunes, 15 de julio de 2013

La otra noche

Soñé que iba caminando por una calle de Chía. Por entre La Casona y el Coliseo de la Luna. Solo recuerdo ir cabizbajo. Había otras dos o tres personas conmigo. No recuerdo bien quienes eran, pero sí que una de ellas podría haber sido mi primo. Llegando a la calle principal, aquella por donde pasan los buses que vienen llegando de la capital, miré una moneda sobre la acera. Estoy noventa y nueve por ciento seguro de que era una moneda de doscientos pesos. La recogí al mismo tiempo que notaba que no era la única. Miré, y había monedas de cincuenta y de cien pesos en el mismo lugar donde estaba la de doscientos, para un total de cinco monedas. Eso creo. Cuando levanté la última, noté que había otras debajo de la misma. Estaban formando una pequeña columna de monedas, probablemente de doscientos pesos. Para mi sorpresa, al mover la mirada un poco hacia adelante mientras me levantaba, vi un hueco en el pavimento abajo del andén, el cual estaba totalmente lleno de monedas de doscientos. La emoción me ganó. Me arrojé a esa parte del camino a recoger monedas con ansia. Las otras dos o tres personas que estaban conmigo también se dieron cuenta y empezaron a recoger. Al principio yo tomaba una, dos, tres, o máximo cinco monedas y las metía rápidamente en mi bolsillo. Pero después de un rato vi a un señor, de esos que viven en la calle, que también empezaba a recoger monedas. Hice un cálculo rápido y llegué  la conclusión de que para que valiera la pena la recogida, es decir, para que pudiera usar el dinero para algo útil, tendría que recoger muchísimas monedas. Entonces abrí las manos y las enterré en el montón sacando dos grandes puñados de dinero y metiéndolo en cada bolsillo de mi chaqueta. No sé si fue después de la tercera y cuarta manotadas que me di cuenta de que allí no había solo piezas metálicas, o sencillamente ya lo había notado desde un principio y las ansias de plata me impedían sentir y ver otra cosa aparte de las monedas. Había en ese agujero montones de diminutos pedazos de vidrio que se alojaban en mis manos haciendo sangrar algunas partes de mis dedos y quedándose encarnados en otras. Aun así, seguí recogiendo. Por momentos me detenía para sacar pequeños fragmentos de vidrio de mis dedos, pero luego continuaba. Fueron unas veinte manotadas que se dirigieron ágilmente a cada lado de mi chaqueta hasta que ya no cupo nada más. Me levanté y me alejé sonriendo mientras sacaba pequeños y cada vez más pequeños trozos de cristal de los incontables agujeros que tenía en mis muñecas, manos y dedos.

domingo, 23 de junio de 2013

Aquí se escribe otra cosa

Aquí muere el silencio. Aquí nacen las ideas. Aquí reviven otras ideas. Aquí miramos el mundo como se nos da la gana. Aquí partimos nuestra realidad. Aquí nos reflejamos desde diferentes espejos. Aquí esperamos del otro lado de todos ellos, para que nos lean. Aquí nace Caleidoscritos.